Todos los elogios que Dunga le brindó en la previa a Sampaoli se hicieron realidad en el Nacional. Los cambios de sistema y nombres terminaron borrando a Brasil.
Cristián Caamaño 09 de octubre del 2015 / 22:20 Hrs
Jorge Sampaoli asombró al mundo con la táctica utilizada frente a Brasil. Foto: Archivo. Esta vez, frente a Brasil, la Roja lució más aceitada y afinada en movimientos, pero nunca pudo tener la mejor versión de Valdivia. Y ahí estuvo el gran acierto de Sampaoli, porque detectó que el Mago ya no podía con la marca de Luiz Gustavo y Elías. Entonces, mandó a la cancha a Matías Fernández, quien de inmediato entró en el circuito y con sus desplazamientos desorientó a los dos volantes brasileños. Ahí sí, Chile dominó la escena por completo y minimizó a los pentacampeones, que a medida que pasaban el partido más abajo tenían los brazos.
En los casi 30 minutos que estuvo en la cancha, el mediocampista de Fiorentina apenas perdió tres balones, lo que refleja la claridad que tuvo para jugar en territorio enemigo. Fernández siempre se mostró como receptor a espaldas de Luiz Gustavo y Elías, lo que le permitió arrancar con ventaja, tener mejor panorama para distribuir y hacer jugar a sus compañeros. Fue clave además en el primer gol no sólo por el centro que conectó Eduardo Vargas, sino que a él fue al que le cometieron la infracción sobre el costado derecho.
Así como la influencia de Fernández se construyó a partir de la mejor organización de juego que tuvo Chile con su ingreso, lo de Mark González también resultó clave, pero curiosamente sin tanto contacto con el balón. Su faceta defensiva, tapando las subidas de Dani Alves, fue tan relevante como sus apariciones en ataque, muy contadas, pero siempre peligrosas.
De hecho, el zurdo de la UC apenas tuvo 19 contactos con el balón en poco más de 50 minutos. Claro, sus compañeros lo buscaron muy poco. Ni Valvidia ni después Fernández se asociaron con González, lo que por largos pasajes lo alejaron del circuito futbolístico. Sin embargo, cada vez que entró en juego hizo daño, como en la primera jugada en la que participó y terminó con un derechazo de Alexis Sánchez dando en el palo.
Sampaoli se dio cuenta que había que concentrar el juego por la derecha para luego descargar hacia González, insistiendo con el juego de posición del que tanto pregona su nuevo colaborador, el español Juan Manuel Lillo. Así lo refleja el porcentaje en que el ataque de la Roja se movió por uno y otro costado. El triángulo de Vargas, Vidal e Isla, al que se sumó también Sánchez en el segundo tiempo, sigue siendo dominante a la hora de buscar por donde hacer daño, pero la inclusión de González sin duda que les dio siempre una posibilidad de descarga cuando se cerraban los pasillos.
Así como el cambio de sistema ayudó al juego de Chile, hubo jugadores que cobraron más importancia a partir de dicho movimiento. Arturo Vidal fue sin duda el más beneficiado porque dejó de jugar a dos metros de Marcelo Díaz y se posicionó al lado del enganche, liderando la presión en campo rival, algo de lo que careció en todo el primer tiempo.
Vidal, que por largos pasajes del primer tiempo incluso jugó por detrás de Díaz, terminó siendo la pieza angular de un Chile que recuperó su ADN a partir del crecimiento de su principal figura en el mediocampo. Ahí, con el volante de Bayern Munich como dueño de la escena, la Roja le sacó el corazón a Brasil.
A esa altura del partido, Dunga ya no tenía respuestas tácticas para contrarrestar el volumen ofensivo de Chile. No tenía tampoco en el banquillo soluciones para equilibrar el juego, apostando, como toda la noche, a una aventura individual de Willian o Douglas Costa para salir con vida del Nacional.
La obra maestra de Sampaoli, la que tantó planeó en su cabeza, ya estaba consumada. El 2-0 era fruto de aquello. Y el mundo, al fin, quedaba a sus pies.
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