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Sunday, September 30, 2018

Las desconocidas memorias de un hombre clave en el plebiscito. Harry G. Barnes fue uno de los misteriosos protagonistas del 5 de octubre de 1988.






Harry G. Barnes fue uno de los misteriosos protagonistas del 5 de octubre de 1988. El embajador fue la cara de la estrategia política y diplomática de Estados Unidos en Chile cuando el gobierno de Ronald Reagan decidió dejar de apoyar a Pinochet. Por su postura y defensa de los derechos humanos siempre incomodó al general, quien se refería a él como “Dirty Harry” o “Harry, el sucio”.


“¿Recuerdas esto?”
Meses antes de que llegara a Chile, en 1985, alguien desenterró un recuerdo que, aparentemente, no tenía importancia para Harry G. Barnes.
Cuando el futuro embajador de Estados Unidos en Chile vio de qué se trataba, retrocedió automáticamente 12 años.
Fue en 1973 cuando le había llegado aquella información. Habría una especie de derrocamiento de Salvador Allende. Pero cuando Barnes recibió ese aviso nunca se imaginó que iba a terminar en Chile unos años después.

Los Harry G. Barnes papers

Fue Ronald Reagan -el cuadragésimo Presidente de Estados Unidos, el mismo que años más tarde le ganaría a la Guerra Fría- quien después de discursos y mensajes actuó. Podría decirse que, incluso, su administración tuvo un rol decisivo en el triunfo del No.
Pero la historia entre Chile y EE.UU., la historia entre, digamos, fines de los 60 y comienzos de los 70, fue distinta.
Se sabe que Estados Unidos intentó, de diversas formas, que Salvador Allende no llegara al poder. También se sabe que, años después, cuando el socialista llegó a la presidencia, Washington intervino para hacer caer a Allende.
Llegó 1973.
Y Estados Unidos apoyó el Golpe Militar. Y la instalación de los militares en el poder político en Chile.
Pero la historia dio un vuelco.
Gracias a documentos desclasificados de la época, es reconocido el papel de EE.UU. en el triunfo del No, el plebiscito del 5 de octubre de 1988 que en los próximos días conmemora 30 años y que supuso el fin de Pinochet en La Moneda. Es más: Reagan, de la llamada “diplomacia silenciosa”, para incentivar el diálogo en Chile pasó a una táctica de presión sobre Pinochet.
Había que volver a la democracia.
¿Quién protagonizó este cambio de estrategia de Estados Unidos en Chile? Un tal “Harry, el sucio”.
Los “Harry G. Barnes papers, 1978-1988” son un conjunto de documentos desconocidos -y que hoy se encuentran en la Biblioteca del Congreso de EE.UU.- que cuentan la historia más íntima del papel que tuvo Estados Unidos en el plebiscito del 5 de octubre de 1988.
¿Cómo? A través del mismo Harry G. Barnes, quien fuera el embajador estadounidense de la época. A los documentos que registran sus memorias tuvo acceso Pablo Rubio Apiolaza -investigador de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile y de la Universidad de Georgetown-, quien hoy indaga las relaciones entre Chile y EE.UU. entre 1986 y 1994. Especialmente respecto del rol de Estados Unidos en la transición política a la democracia.
La tarea de Barnes comenzó el 18 de noviembre de 1985. Ese mismo día dio su primer discurso.
Una declaración de ideas y valores que Barnes venía a defender representando a Estados Unidos. Una declaración que hizo ante el Presidente de Chile, Augusto Pinochet Ugarte.
En uno de los documentos inéditos que recoge su primer discurso al presentar las cartas credenciales se lee: “Están los que predican la violencia como única solución a los problemas políticos y económicos de nuestras sociedades (…). La tentación de rendirse ante las soluciones más fáciles está ahí, pero sabemos que no existen soluciones fáciles”.
Desde el primer minuto, Barnes marcó diferencias -y un punto de inflexión- con el anterior embajador, James D. Theberge.
La sorpresa del régimen militar y del propio Pinochet quedaba manifiesta ante las palabras de Barnes.
“Ambos (países) sabemos que la práctica de la democracia no es fácil. Pero ni siquiera las democracias pueden darse el lujo de ser complacientes con sus libertades o su independencia”.
Casi al terminar su discurso, Barnes le dio una especie de consejo al mismo Pinochet:
“Tal como nuestros estadistas han dicho, hemos concluido que los males de la democracia pueden curarse mejor con más democracia”.
-Eso no le gustó mucho a Pinochet- diría años después Barnes a la prensa.
Durante varias semanas, el embajador de Estados Unidos pidió reuniones con el Presidente y algunos ministros. Todas fueron negadas.
Entonces, Barnes decidió conocer a la oposición.
Y eso tampoco le gustó a Pinochet.

“Gracias por las noticias, ¿y ahora qué?”

De la llamada “ciudad más habitable” de EE.UU., como era conocido Saint Paul, la ciudad natal del embajador, en el estado de Minnesota, Barnes había pasado a uno de los países más acontecidos de Latinoamérica.
Un país que nunca había visitado, como reconoce en su discurso de presentación ante Pinochet.
-Señor Presidente, esta es mi primera vez en Chile.
De hecho, el tren de vida de Barnes no permitía adivinar que terminaría como embajador en Chile. Aunque quizás sí. Fue en 1944 cuando entró al Ejército estadounidense. Allí estuvo dos años. Estudió un Bachillerato en Artes. Luego, en 1950, ingresó al servicio diplomático.
Y comenzó, literalmente, su viaje.
Primero como vicecónsul. Pasó por Mumbai (India), Praga (República Checa), Moscú (Rusia), luego trabajó en la oficina estadounidense dedicada a las relaciones con la URSS.
Su viaje por el mundo tuvo una pausa en 1962, cuando entró al Colegio de Guerra del Ejército de Estados Unidos. Y luego siguió su “expedición diplomática” por Katmandú (Nepal) y Bucarest (Rumania). Su primer puesto como embajador lo tuvo en Rumania; el segundo, en India.
El tercero fue en Chile.
Luego de las elecciones en las que Ronald Reagan fue elegido Presidente de Estados Unidos, Barnes recibió una llamada. Le avisaban que se había decidido nominar a Chuck Percy como embajador de India. Barnes -según cuenta en una entrevista con la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos en 2001- lo esperaba, estaba desde 1981 en India. Lo que él dijo durante esa llamada telefónica fue casi obvio:
-Gracias por las noticias, ¿y ahora qué?
-Tienes que elegir cualquier destinación que quieras, siempre que esté en Latinoamérica -dijo la otra voz.
Barnes tragó saliva y dijo:
-No sé nada de Latinoamérica.
Después de pensarlo, a Barnes le pareció que Chile era la destinación más interesante.
Incluso, en su presentación de credenciales ante Pinochet, Barnes dejaba claro que, independiente de los desafíos, por su naturaleza como estadounidense, era un optimista.
“Creo que los tiempos difíciles también brindan oportunidades importantes, que deben usarse o perderse”.

“Harry, el sucio”

Rodrigo Rojas De Negri era un fotógrafo que había vivido una década en el exilio, en EE.UU. A los 19 años cumplió su sueño: volver a su país, a Chile. Solo dos meses después de esa llegada, que sería también una despedida, la mañana del 2 de julio de 1986, él y Carmen Gloria Quintana se sumaron a un grupo de manifestantes en Estación Central. Una patrulla militar. Dos jóvenes que no lograron escapar. Bencina. Un encendedor.
Y Rodrigo y Carmen Gloria con el cuerpo quemado.
Su madre seguía en Estados Unidos y las gestiones que realizó la embajada de ese país en Chile para que esta pudiera entrar a territorio nacional, a pesar de que tenía prohibido el ingreso, fueron claves.
Verónica De Negri llegó el 4 de julio de 1986 a Chile. No podía abrazar a su hijo. Apenas pudo acariciar sus pies.
Dos días después, Rodrigo Rojas De Negri murió. Tres días después fue su funeral.
Ese 9 de julio de 1986, Harry G. Barnes protagonizó uno de los actos políticos más comentados de la época. Asistió personalmente, junto a su esposa, al funeral del fotógrafo.
Ese día se quebró la relación del embajador estadounidense con el régimen de Pinochet, según él mismo recuerda en los documentos encontrados. Y Harry G. Barnes pasó a ser, al menos para Pinochet, “Dirty Harry”.
Las medidas que tomó el Presidente de Chile fueron radicales. Ante sus ojos, “Harry, el sucio” no existía. Literalmente. Le prohibió la entrada a La Moneda y les ordenó a todos los fotógrafos presidenciales que lo cortaran de todas las fotos de las ceremonias y actos oficiales.
Pero Barnes sabía lidiar con personajes como Pinochet. Su periodo en Rumania fue durante la presidencia de Nicolae Ceaușescu, un dictador comunista que gobernó entre 1967 y 1989.
La tarea por la que Ronald Reagan había elegido a Barnes para el cargo era mayor. Según el mismo exembajador refuerza en sus memorias, el mandatario decidió que se tenía que remarcar una serie de puntos que le parecían básicos para cualquier tipo de tratado entre Chile y Estados Unidos. Derechos humanos, un sistema económico abierto y la necesidad de volver a un sistema democrático. Barnes era quien informaba de lo que estaba pasando en Chile a Washington. Especialmente en lo que se refería a los derechos humanos.
En eso no había transacción alguna, al punto de que las relaciones entre Chile y Estados unidos corrieron peligro de quedar severamente dañadas.

Los movimientos de Barnes

Barnes le había avisado a Pinochet desde el minuto uno.
“Tendré la oportunidad de observar, de primera mano, los procesos de estabilización de las instituciones democráticas permanentes en Chile, un proceso que la gente de mi país aprueba y apoya con fervor”, leyó el embajador en su discurso de 1985.
Barnes era un convencido partidario del plebiscito de 1988. Sabía que lo que se jugaba el 5 de octubre de ese año era vital. Pero también era simple, al menos en la mirada de Barnes: más Pinochet, ocho años más de Pinochet o el paso a elecciones presidenciales y parlamentarias.
Para el embajador de Estados Unidos la respuesta era clara: no más.
Y comenzó a mover piezas. Habían pasado 15 años desde las últimas elecciones. Demasiado tiempo. Nadie podía cometer errores. El miedo de quienes apoyaban el plebiscito era si el gobierno iba a encontrar la forma de sesgar los resultados, en el mejor de los casos. Barnes, a través de la Fundación Nacional para la Democracia (una HONG en EE.UU.), proporcionó asistencia para volver a entender las lógicas de una campaña política y cómo organizarse.
La ayuda de EE.UU. también se vio en lo financiero: un millón de dólares aprobados por el Congreso para financiar a la oposición y enviar observadores para vigilar el plebiscito.
Pinochet había cerrado las puertas de La Moneda a Barnes. Y Barnes se cerró a un intenso trabajo diplomático: se reunió con líderes políticos y empresariales, ONG. Hasta dio charlas en universidades.
Incluso, Petera Kornbluh, director del Chile Documentation Project, del National Security Archive, explicó que fue el mismo Barnes quien movilizó y encendió las agencias de seguridad y al gobierno norteamericano “al más alto nivel”.

Aquel 5 de octubre

El mayor de los miedos de Barnes parecía confirmarse el sábado anterior al plebiscito, se lee en los testimonios que dejó en la biblioteca del Congreso de su país. Le había llegado un rumor. Había una posibilidad de que los militares salieran a las calles para supuestamente evitar desórdenes. Y que eso podría pasar el mismo día del plebiscito. Barnes se contactó con el Departamento de Estado norteamericano e instó que, a su vez, estos tomaran contacto en breve con el embajador chileno en Estados Unidos, Hernán Felipe Errázuriz. El domingo en la noche fue el propio embajador quien devolvió el llamado: ellos también habían escuchado los rumores y confiaban en que no eran ciertos.
Pero no importaba el rumor. Había que descartar cualquier cosa que pusiera en peligro el plebiscito.
La noche del 5 de octubre de 1988 fue, según Barnes, extraña. Incluso, en sus testimonios usa el calificativo de “dramático”. Lo que recuerda es que hubo un solo informe oficial. Por televisión, justo a las 19.30. Era el subsecretario del Interior, Alberto Cardemil, quien decía que en ese punto -72 mesas escrutadas- el “Sí” iba ganando. Nada más. Luego, recuerda Barnes, transmitieron monitos animados.
¿Qué estaba pasando? Ni el mismo Barnes lo entendía.
El exembajador de Estados Unidos en Chile tiene una anécdota con Fernando Matthei, comandante en jefe de la Fuerza Área en esa época y uno de los miembros de la Junta Militar. Tiempo después de aquel 5 de octubre, Matthei le contó los entretelones de la reunión de la Junta. Le dijo, recuerda Barnes que Pinochet ya tenía preparado un borrador en el que proclamaba la extensión del estado de emergencia, anulando inmediatamente el plebiscito. La sorpresa para Pinochet fue mayúscula cuando los otros tres miembros, incluido Matthei, se negaron. Algo impensado y que le confirmó a Barnes lo dramática que había sido esa noche.
Una noche que terminó en un triunfo. Y con la confirmación de ello la madrugada del 6 de octubre. 54,7% para el “No”.
Harry G. Barnes -bautizado como “Dirty Harry” o “Harry, el sucio” por Pinochet- abandonó Chile en noviembre de 1988.
Misión cumplida.
Una carta con fecha 13 de octubre de 1988, ocho días después del plebiscito, firmada por el Senado norteamericano e importantes personalidades políticas, como John McCain y John Kerry, lo reafirma.
“Usted ha sido un defensor eficaz de los derechos humanos y de la democracia en ese país. Durante su periodo como embajador de los Estados Unidos en Santiago, usted ha defendido lo mejor de América, y usted mismo ha hecho tanto para empujar la causa de la libertad en Chile. Como ciudadanos norteamericanos y como miembros del Senado de los Estados Unidos, estamos agradecidos por su servicio”.
El 23 de febrero de 1990, poco más de un año desde que Barnes abandonara Chile, el exembajador envió una fax al gabinete del presidente electo de la época. Y el 10 de marzo de ese año, en el vuelo 453 de PanAM, a las 14 horas, Barnes volvió a pisar Chile.
Volvía a ser testigo de un momento histórico, en el que también tuvo parte. En Valparaíso, el 11 de marzo de 1990, estuvo presente en la toma de posesión de Patricio Aylwin. Un hito que no habría sido posible sin el triunfo del “No”. Un logro. De esos mismos que Barnes destacó en su primer discurso como embajador en Chile.
“He encontrado fascinantes e instructivos los relatos de formación del pueblo chileno y de sus logros, a pesar de las grandes adversidades”.

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