El Madrid da vida al Barça
Más fresco y con gran firmeza, el equipo de Mourinho, muy superior, sobre todo en el primer tiempo, no puede con un rival sin ritmo y corto de preparación
MADRID.- El fútbol tiene muchos ganchos, entre ellos su toque misterioso, su capacidad de generar desmentidos. Esta vez lo pagó el Madrid: no siempre gana el que mejor juega. Axioma que, por otra parte, ha sido una constante respecto a su adversario. Pero anoche el Barça no fue el Barça que brinda por los resultados que conquista a partir del juego. El equipo azulgrana, con otro ritmo de pretemporada, se presentó en Chamartín desteñido como nunca. Sin pretorianos como Piqué, Puyol, Xavi, Busquets e incluso Pedro. Pep Guardiola planifica con las luces largas. Por ello no le importó hacer debutar a Alexis en un duelo con tanto colmillo o dar carrete a Thiago, que, de inicio, pagaron con creces la sacudida de un choque de tanta enjundia. Tampoco alistar un macizo central impostado, un cortocircuito para el juego azulgrana, cuya esencia irrenunciable es dar palique a la pelota, que coloniza el juego a través del balón como único principio.
Cristiano, una amenaza constante. El jugador portugués conduce el balón ante la atenta mirada de Thiago.-
A la desnaturalización barcelonista contribuyó lo suyo el Madrid. José Mourinho, con más urgencias, ha previsto un calendario estival mucho más exigente. Para el Madrid, la temporada empezaba de verdad en la Supercopa. Se advirtió de inmediato en su enérgica puesta en escena. Prueba de que las distancias entre ambos se han acortado desde el pasado enero, el entrenador portugués envidó con el mismo equipo titular que se despeñó en el Camp Nou por 5-0. De entrada, fue un equipo mucho más chispeante, eléctrico y firme. Pocas veces, ninguna quizá, se ha visto al Barça tan desteñido, sometido por un rival que le atosigó en la defensa, le hizo un ovillo en el eje y le desenchufó por completo en el ataque. Insólito: el Madrid tenía un porcentaje de posesión abrumadora. El Madrid era el Barça. Y el Barça, un equipo de cartón piedra.En su mejor versión de la final de Copa, el Madrid no fue un conjunto contemplativo. Mostró una firmeza extraordinaria, con sus cuatro atacantes anudando a los zagueros azulgrana. Mascherano y Abidal resultan una solución de emergencia cuando solo enhebra uno de ellos junto a centrales puros como Piqué o Puyol. Con los dos juntos, el Barça padece sin la pelota, por su falta de sincronía, y casi más cuando tienen la posesión para dar salida al juego. En esa faceta uno y otro pueden provocar un esguince al balón. Por delante de ellos, tampoco Keita es un jugador para dirigir el tráfico.
El apretón del Madrid, con un nivel de decibelios inalcanzable para su adversario, tuvo la primera expresión en el magnífico cabezazo de Benzema al que respondió Valdés con una estirada imposible. No fue una huella aislada de Benzema, más fino de cintura y con mayor dosis de autoestima. El francés capitalizó las oleadas blancas, muchas y constantes, con los barcelonistas fuera de lugar. Nadie era capaz de dar una puntada y, cuando la pelota llegaba a un palmo de Iniesta o Thiago, entraban en acción machotes como Pepe, Khedira y Xabi Alonso, siempre en combustión, y con un árbitro sobrecogido.
Marchitado el Barça, el gol era cuestión de tiempo. O de Benzema, que en cada intervención dejaba sonados a los centrales visitantes. Así ocurrió cuando se midió en el costado derecho con Abidal. Mascherano quiso ser escolta antes de tiempo y entre todos perdieron de vista a Özil, que entró por el callejón del ariete para agradecer la magnífica asistencia de Benzema. Más que un gol, un do de pecho del Madrid. El Madrid ni siquiera precisaba de la mejor versión de futbolistas como Cristiano y Di María. Su vocación gremial resultaba encomiable.
Cuando todo presagiaba una tormenta para el Barça, el partido pegó un vuelco inesperado. A Messi no se le había visto ni la sombra, Alexis vivía esposado por Marcelo y Villa era un soldado raso ante Sergio Ramos. Casualidad o no, la fase más confusa del Madrid llegó justamente tras un arte marcial de Khedira sobre Abidal. La primera pirotecnia de un partido hasta entonces casi solemne destempló algo al Madrid, que perdió el hilo. Messi, que no necesita mucha liturgia, apareció por fin y Villa, en el primer disparo, por dentro o por fuera de los suyos, pegó a la pelota como si fuera un plátano. El balón hizo una curva imposible para Casillas. Turbado el Madrid, incrédulo ante semejante accidente, Messi, pícaro como es, adivinó la nueva trama del encuentro y aprovechó que a su alrededor se atropellaran Khedira y Pepe. Si el empate parecía un espejismo, el giro en el resultado era un misterio trinitario.
El Madrid fue capaz de sobreponerse al azote, algo que dice mucho de su espíritu irreductible. Pero el marcador también activó al Barça, más reconocible en el segundo acto, con Alexis más suelto y punzante, Messi al acecho y, cambio a cambio, con Piqué y Xavi más sinfónico que en el primer tiempo. Más equilibrado, el duelo fue más abierto. El Madrid no perdió frescura y se mantuvo firme. Xabi Alonso hizo bingo y, al menos, rescató el empate.
Para su desgracia, el Madrid recibió un inquietante mensaje: tanta superioridad no le bastó para vencer a un rival que no disimuló su inferioridad desde la alineación inicial. Una versión muy rebajada de lo que se espera de él le resultó al Barça suficiente para no salir tan magullado como presagiaba el devenir del partido. Un Madrid de cuerpo entero no fue suficiente. No siempre el marcador se impondrá al juego. Del Barça cabe esperar su mejoría, pero no hay motivos para creer que el Madrid no tenga margen de mejora. A estas alturas, todos los equipos lo tienen y este Madrid ha arrancado el curso sin contemplaciones. Otro año de emociones para una trama que no parece tener fin.
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