Hace tiempo que el Barça abandonó el camino trazado por Cruyff para regresar a la senda del gasto ilimitado
Guardiola durante el partido ante el Liverpool por la Champions. En vídeo, declaraciones de Ernesto Valverde, entrenador del FC Barcelona y Josep Guardiola, entrenador del Manchester City.
Como aficionado al fútbol estoy acostumbrado a morir varias veces en la misma temporada, forma parte del oficio, pero fallecer dos veces en una sola noche es demasiado castigo incluso para quienes nos hemos acostumbrado a coquetear con los caprichos de la Patrona desde la más tierna infancia. Y es que, por increíble que parezca, no es la primera vez que asisto a la doble defunción de una misma persona –soy gallego, aquí hemos visto de casi todo- pero una cosa es vivirlo de cerca y otra es sentirlo en carne propia, que fue lo que sucedió ayer con las eliminaciones de Pep Guardiola primero y del Barça después.
Hubo cierta belleza en el primer tránsito, siempre la hay cuando el técnico de Santpedor se encuentra de cuerpo presente. Guardiola tiene algo de aquellos secundarios de western que morían con las botas puestas en beneficio del protagonista, empeñado en vaciar el tambor de su revólver y llevarse por delante a un par de forajidos antes de hincar la rodilla. Para su desgracia, se topó con otros dos actores de renombre: Mohamed Salah y Mateu Lahoz. El primero tiene algo de Eli Wallach por lo feroz y descarado de su fútbol, un Tuco Benedicto moderno al que no conviene dar la oportunidad de desenfundar. Tampoco al árbitro español, quien cada día se parece más a Lee Van Cleef por lo siniestro y obsesivo.
La segunda muerte resultó más dolorosa, seguramente por indecente e inesperada. Asusta pensar en lo que está haciendo este club con el mejor jugador de la historia, un tanatopractor capaz de disimular las peores heridas pero sin el don divino de devolver el aliento a los muertos; a Messi lo tratamos a menudo como un dios y quizás por ello se nos olvida que hablamos de él en sentido figurado. Para su desgracia, sea el argentino consciente o no, hace tiempo que el Barça abandonó el camino trazado por Cruyff para regresar a la senda del gasto ilimitado, una regresión que está saliendo cara más allá de los balances económicos oficiales. El de ayer fue el enésimo descalabro de un proyecto construido por burócratas que apenas se sostiene gracias a la enorme herencia recibida.
Tanto luto me hizo recordar cierto incidente que todavía hoy obliga a persignarse a un pueblo entero. Maldonado era un señor muy alto y bien parecido que un día se murió como si hubiera sido pequeño y feo: la muerte no hace ese tipo de distinciones. El caso es que le construyeron un ataúd especial, de dimensiones más grandes que las habituales, y al tratar de introducirlo en el nicho se dieron cuenta de que la caja no cabía. Todos se miraban entre sí y el desconcierto se apoderó de la comitiva hasta que el sacristán dio un paso al frente y prometió hacerse cargo de la situación si le condecían intimidad y un poco de tiempo. En cuanto se quedó a solas, agarró un hacha y comenzó a cortar hasta introducir el ataúd en el reservado con la salvedad –un tanto desagradable, eso sí- de que al pobre Maldonado lo partió por las rodillas: otro ejemplo de doble muerte, como la de ayer, aunque a su familia siempre le quedará el consuelo de que aquel estropicio no fuese televisado.
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