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Monday, October 8, 2018

Así se vivió el primer duelo sigiloso en el clausurado Monumental.


Autor: Denís Fernández

Bombos resonando en la distancia, tribunas vacías e instrucciones decodificadas. Fútbol amplificado pero carente de alma. 

rá”, unos 200 aficionados del Cacique, en su mayoría barristas, colapsan el acceso al Parque Marathon Sur, situado a un costado del Monumental. La presencia policial (carro lanza agua incluido) es fuerte. También los cánticos al ritmo de la música de las trompetas (con Blanco y Negro como principal destinatario de las críticas) y las medidas y protocolos de seguridad, mucho más estrictos, paradójicamente, que los desarrollados antes de un encuentro a puertas abiertas, es decir, convencional. El acceso al recinto para los periodistas y los trabajadores del club, así como para los propios futbolistas (por el sector de las canchas de entrenamiento) es también hoy diferente.
Pero las estampas mas atípicas, las escenas más inusuales y pintorescas (algunas con matices casi esperpénticos) se viven dentro. Los pasillos vacíos del Monumental, con todos los puestos de comida cerrados y todos sus vendedores ambulantes ausentes, confieren al conjunto un aire deprimente. La presentación de los jugadores por los altoparlantes (por su nombre completo, claro, al no contar esta vez el locutor con la colaboración ni la garganta del hincha) suena incluso impostada. El silencio que se cierne en torno al rectángulo de juego, casi sepulcral, es tan acusado, que los jugadores pueden escuchar incluso el sonido de los bombos que tocan sus fanáticos desde la calle. Insólito.
El que no escucha nada (seguramente por suerte) es el técnico local, Héctor Tapia, pifiado y denostado por su parcialidad en el último duelo de local con público (frente a Antofagasta) que se juega el puesto ante el juicio silencioso de las butacas desiertas. Sus instrucciones no se perciben con claridad, pero sí las del meta Orión, que reclama una tarjeta para Carrera. Su reclamo nítido (como si estuviera dando una orden a sus niños en el living de su casa) surte efecto, y el colegiado lo amonesta. El eco sordo del golpeo del balón retumba en las tribunas, pero el espectáculo deportivo, irremediablemente descafeinado, desabrido y embustero sin el aliento de la grada, va perdiendo fuelle poco a poco hasta tornarse desolador. La noche, por si fuera poco, se va volviendo cada vez más gélida.
Con la llegada del segundo tiempo y 0-0 en el marcador (aunque de haberse movido habría costado darse cuenta) el sonido de los bombos procedente del exterior se desvanece. Y da la sensación de que los protagonistas se quedan más desamparados aún, definitivamente abandonados a su suerte. El encuentro comienza a adquirir por momentos tintes de auténtico entrenamiento, hasta que un grito, una patada a destiempo o un airado reclamo a un compañero vuelve a romper el silencio. Es tal el sigilo que si los futbolistas quisiesen podrían escuchar incluso lo que los periodistas radiofónicos están diciendo de ellos. En vivo y en directo.
Pero como el silencio nunca puede ser completo (y un gol es un gol al fin y al cabo) el tanto de Carrera para Unión eleva los decibeles. Y la conquista se festeja en la tribuna pese a que los hinchas tienen vetado el acceso. Algún infiltrado fanático hispano, quizás. O algún periodista incapaz de contenerse. Insólito. Inédito. El rostro de Tapia es ahora un poema. El DT es una estatua de hielo, y en un partido más bien carente de emociones, un indiferente Jaime Valdés prepara su parsimonioso ingreso.
Su imagen, y la del rictus serio de Tapia, pese al empate conseguido al final, son las estampas que mejor resumen la noche vivida en Macul, en un partido de 90 minutos de silencio.

Son las siete de la tarde en Macul y falta apenas una hora para el inicio del partido fantasma entre Colo Colo y Unión Española. Fantasma porque el aspecto que presentan las avenidas, a menudo atestadas, que conducen al Estadio Monumental, es precisamente ese, fantasmal. Y porque cuesta creer, a simple vista, que el feudo del conjunto albo esté apunto de albergar un partido de Primera División de fútbol profesional. Pero los castigos hay que cumplirlos y la de esta noche será la primera de las dos veladas de balompié silenciosas que deberán protagonizar los pupilos de Tapia por los lamentables desmanes perpetrados por un puñado de sus hinchas en el Superclásico ante la U.
Pero como la prohibición de acceder al estadio, claro, está solo circunscrita al interior del estadio, un numeroso grupo de fanáticos ha decidido hacerse notar en las inmediaciones del reducto. Agazapados tras un gran lienzo que reza: “Nada nos separará”, unos 200 aficionados del Cacique, en su mayoría barristas, colapsan el acceso al Parque Marathon Sur, situado a un costado del Monumental. La presencia policial (carro lanza agua incluido) es fuerte. También los cánticos al ritmo de la música de las trompetas (con Blanco y Negro como principal destinatario de las críticas) y las medidas y protocolos de seguridad, mucho más estrictos, paradójicamente, que los desarrollados antes de un encuentro a puertas abiertas, es decir, convencional. El acceso al recinto para los periodistas y los trabajadores del club, así como para los propios futbolistas (por el sector de las canchas de entrenamiento) es también hoy diferente.
Pero las estampas mas atípicas, las escenas más inusuales y pintorescas (algunas con matices casi esperpénticos) se viven dentro. Los pasillos vacíos del Monumental, con todos los puestos de comida cerrados y todos sus vendedores ambulantes ausentes, confieren al conjunto un aire deprimente. La presentación de los jugadores por los altoparlantes (por su nombre completo, claro, al no contar esta vez el locutor con la colaboración ni la garganta del hincha) suena incluso impostada. El silencio que se cierne en torno al rectángulo de juego, casi sepulcral, es tan acusado, que los jugadores pueden escuchar incluso el sonido de los bombos que tocan sus fanáticos desde la calle. Insólito.
El que no escucha nada (seguramente por suerte) es el técnico local, Héctor Tapia, pifiado y denostado por su parcialidad en el último duelo de local con público (frente a Antofagasta) que se juega el puesto ante el juicio silencioso de las butacas desiertas. Sus instrucciones no se perciben con claridad, pero sí las del meta Orión, que reclama una tarjeta para Carrera. Su reclamo nítido (como si estuviera dando una orden a sus niños en el living de su casa) surte efecto, y el colegiado lo amonesta. El eco sordo del golpeo del balón retumba en las tribunas, pero el espectáculo deportivo, irremediablemente descafeinado, desabrido y embustero sin el aliento de la grada, va perdiendo fuelle poco a poco hasta tornarse desolador. La noche, por si fuera poco, se va volviendo cada vez más gélida.
Con la llegada del segundo tiempo y 0-0 en el marcador (aunque de haberse movido habría costado darse cuenta) el sonido de los bombos procedente del exterior se desvanece. Y da la sensación de que los protagonistas se quedan más desamparados aún, definitivamente abandonados a su suerte. El encuentro comienza a adquirir por momentos tintes de auténtico entrenamiento, hasta que un grito, una patada a destiempo o un airado reclamo a un compañero vuelve a romper el silencio. Es tal el sigilo que si los futbolistas quisiesen podrían escuchar incluso lo que los periodistas radiofónicos están diciendo de ellos. En vivo y en directo.
Pero como el silencio nunca puede ser completo (y un gol es un gol al fin y al cabo) el tanto de Carrera para Unión eleva los decibeles. Y la conquista se festeja en la tribuna pese a que los hinchas tienen vetado el acceso. Algún infiltrado fanático hispano, quizás. O algún periodista incapaz de contenerse. Insólito. Inédito. El rostro de Tapia es ahora un poema. El DT es una estatua de hielo, y en un partido más bien carente de emociones, un indiferente Jaime Valdés prepara su parsimonioso ingreso.
Su imagen, y la del rictus serio de Tapia, pese al empate conseguido al final, son las estampas que mejor resumen la noche vivida en Macul, en un partido de 90 minutos de silencio.

La crisis no se apaga


Héctor Tapia sufría su séptima derrota al hilo en el Cacique, pero un cabezazo salvador de Barrios evitó la derrota ante Unión Española. Los rojos perdieron la oportunidad de desplazar a los albos de la zona de clasificación a las copas.



COLO COLO 1 – UNIÓN ESPAÑOLA 1
Colo Colo: A. Orión 5; O. Opazo 4, F. Campos 4, J. Barroso 4, D. Pérez 4; E. Pavez 3, G. Suazo 2 (72’, J. Valdés 6); G. Fierro 5 (77’, B. Véjar 2), J. Valdivia 4, C. Pinares 5; L. Barrios 3. DT: H. Tapia 2.
U. Española: D. Sánchez 6; J. P. Gómez 4, J. Ampuero 4, R. González 4, L. Pavez 3; S. Gallucci 5 (66’, L. Pavez C. 5), M. Dávila 4; S. Jaime 3 (80’, C. Muñoz -), I. Poblete 4 , R. Carrera 5 (73’, C. Palacios 3); T. Figueroa 4. DT: M. Palermo 2.
Goles: 0-1, 65’, Carrera define cruzado tras recibir el pivoteo de Figueroa; 1-1, 90+4, Barrios cabecea tras un centro perfecto de Valdés desde la izquierda.
Arbitro: Carlos Ulloa 5. Barroso, Opazo, Pavez (CC); Carrera, Dávila (UE).
Estadio Monumental. Sin público por un castigo de dos fechas.
En cursiva, jugador juvenil

¿Qué va a pasar con Héctor Tapia? Es un hecho que se va. La pregunta es cuándo, la pregunta es cómo. El empate milagroso de Lucas Barrios en los descuentos, el 1-1 frente a Unión Española, solo sirvió para salvar el honor, para evitar la vergüenza de siete derrotas consecutivas, tomando en cuenta el torneo local y la Copa Libertadores. Y, de paso, le salvó por un tiempo más el pellejo del entrenador, que de diciembre no debe pasar. No tiene cómo.
Un premio que parece menor frente a una Unión Española que hizo poco para llevarse el partido y que se fue castigada justamente por su falta de ambición ofensiva.
Primer tiempo muy aburrido, muy gris. Lo más colorido, hasta ahí, era la vistosa chaqueta de Esteban Paredes, instalado en la castigada tribuna del Monumental para hacer número. Lejos de la emoción de un partido clave por un cupo en las copas internacionales de 2019, mucho más cerca de los momentos pálidos de ambas escuadras.
Triste lo de Unión, en ese sentido. Los rojos, obligados a ganar para justamente rebasar a los albos en la tabla, optaron por la cautela extrema. La mezquindad propia de su entrenador. Héctor Tapia se encontró con un técnico más conservador que él y ni siquiera así fue capaz de amasar un dominio contundente. Colo Colo tenía la pelota, sí, pero sin claridad.
Los hispanos regalaron el terreno y gracias a eso, obviamente que los albos sí se generaron ocasiones antes del descanso. Dos tiros libres al poste de Gonzalo Fierro, dos remates de César Pinares, las más claras. Opciones de gol que no disfrazaron la opacidad del Cacique, reflejada también en el esfuerzo de físico de un Jorge Valdivia evidentemente disminuido físicamente, jugando con dolor.
Las caras de preocupación camino a camarines eran la mejor prueba del nerviosismo colocolina. Los albos, con cinco bajas, armaron una escuadra sin Jaime Valdés, el cortado de Tapia, que si no fue titular ahora, no debería serlo hasta que se vaya el DT.
En el complemento, el local salió a presionar más. O Unión se refugió más. Da lo mismo. Lo cierto es que el Mono Sánchez le sacó dos pelotas de gol a un frustrado Pinares. Colo Colo, para ser justos, está con una nube negra encima, por mala suerte y también porque se lo ha buscado, porque en la primera ocasión más o menos clara, Unión se puso en ventaja gracias al derechazo de Ramiro Carrera.
Tapia, literalmente, quedó en una pieza. Con la derrota tatuada en el rostro. Con la carta del adiós redactada en su escritorio. En los 65 minutos, el volante argentino le ponía la lapida a su convulsionado proceso en Macul. En su desesperación, el adiestrador acudió a Valdés. No le quedaba otra, un manotazo de ahogado en busca de frenar lo inevitable.
Y Pajarito, con rabia contenida, no le falló. Le dio más fuerza al ataque y de sus pies nació el empate agónico de los albos. Un centro a tres dedos que Barrios, por fin, pudo mandar al fondo del arco. Fue lo último del partido. De ahí vino una reacción aireada de Jaime Valdés, que mandó un pelotazo a la tribuna vacía y se fue corriendo a camarines.
La cara de podrido de Tapia, sin embargo, no cambió. El DT se retiró lento hacia los vestidores, con las dudas propias de una crisis que parece no tener fin.

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