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Este no había sido un buen año para la imagen de Clayton, para quien la popularidad de haberse convertido en millonaria terminó revelando más defectos que virtudes en su carácter. En marzo se descubrió que, pese a su suerte con la lotería, la chica seguía recibiendo las ayudas sociales de su Estado, que le daba unos cheques-restaurante por valor de 200 dólares al mes para que pudiese comer.
Hacía dos años que disfrutaba de estos cupones, siempre bajo la condición de que avisaría al Departamento de Servicios Humanos de Michigan si encontraba trabajo. Ella, efectivamente, no lo había encontrado, pero con un millón de dólares en la cuenta corriente (735.000, tras impuestos) era lógico que ya no necesitaba unas ayudas que podrían ir a otro más necesitado que no estuviese comprando casas a tocateja.
Clayton (que sí tuvo trabajo durante cuatro meses en 2011 y tampoco informó al Departamento) fue a juicio y aceptó pagar 5.500 dólares, la cantidad que sumaba las ayudas que no le correspondían y todos los descuentos que se le habían hecho en atención médica, como a todos los desempleados de larga duración de Michigan.
Antes de pagar, intentó rebatir los delitos pero terminó sentada frente al juez prometiendo que pondría orden en su vida y que encontraría trabajo. Fue lo último que se le oyó decir públicamente. Han pasado tres meses desde entonces y ahora la policía lo único que quiere saber de esta chica es cómo murió sola en su casa.
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