Los habitantes de Quibdó en el bunde o revolú, la forma en que bailan durante San Pacho. (Crédito: Jorge López Orozco)
Si hubiese un calendario de fiestas latinoamericanas
luego del “18” chileno, habría que tomarse un avión a Colombia y
trasladarse hasta Quibdó. Allí, durante 40 días, su población
afrodescendiente se toma las calles para festejar bailando a Francisco
de Asís, llamado coloquialmente San Pacho. Es uno de los carnavales
menos conocidos del continente, a pesar de ser el más largo de todos y
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Este año está dedicado a la
mujer.
Minutos antes de que el avión toque tierra, todo el
paisaje se vuelve un mar verde. La selva tropical que antecede al
Pacífico colombiano desborda las ventanas de la aeronave y sólo cesa
cuando aparece el serpenteante río Atrata que antecede al radio urbano
de Quibdó, la capital departamental de Chocó, y sus más de 120 mil
pobladores.
Son los últimos días de septiembre y el calor es aplastante
con 35C y un 87% de humedad. Un vistazo hacia la calle, saliendo del
aeropuerto, deja en claro que es un territorio que podría asemejarse a
alguna ciudad africana. Las calles están cubiertas de pieles negras,
peinados afros, ropas coloridas y centenares de motonetas que van y
vienen sin parar. De las conocidas postales turísticas colombianas, acá
no queda nada.
La vida de Quibdó, situada a medio camino entre Medellín y el puerto
de Buenaventura, pasa desapercibida gran parte del año. No goza de mucha
fama: sus índices de pobreza ascienden al 55% según el Departamento
Administrativo Nacional de Estadística de Colombia, y tuvo una historia
reciente ligada a guerrillas y narcotráfico. Con el 90% de la población
de raíces africanas, es en esta época cuando la ciudad retoma una
tradición de más de tres siglos que, durante 40 días, metamorfosea las
calles en un carnaval capaz de eliminarle la depresión al más triste.
La fiesta de San Pacho, declarada Patrimonio Inmaterial de la
Humanidad desde el 2012, es uno de esos eventos en que la mixtura y el
sincretismo de las sangres latinoamericanas despiertan, se sacuden y
danzan sin parar.
El sincretismo
El calor es tan permanente como las sonrisas de los quibdoseños. En
la costanera del río Atrata se seca pescado al sol y se venden bananas
frescas frente al mercado. Los niños ensayan clavados y mortales desde
el malecón. Las aguas son surcadas por largas canoas que transportan
personas que capean los rayos UV con paraguas de colores.
A un costado, el edificio más alto de la ciudad, la catedral de San
Francisco, rememora el largo compromiso entre el santo y sus negros
feligreses. El 4 de octubre de 1648, la imagen del patrón de Quibdó
llegó navegando junto a los sacerdotes franciscanos para “evangelizar” a
la población indígena.
Los esclavos raptados desde África llegaron poco después, cuando los
colonizadores descubrieron que duraban más tiempo vivos que los pueblos
originarios en los trabajos forzados: “Los mandingas, yolofos y fulupos
procedían de una región llamada el Sahel, donde el agua es escasa. Los
branes, balantas y biáfaras, ararás y carabalíes eran oriundos del
bosque tropical. Los monicongos, anzicos y angolas habitaban la selva
ecuatorial congolesa”, describe el Atlas de las Culturas Colombianas sobre el poblamiento africano del país. El 90% de la población de Quibdó tiene raíces africanas. (Crédito: Jorge López Orozco)
Hoy, 350 años después, sus orgullosos herederos han generado una
cultura de tintes muy propios en esta zona del Pacífico. El patrimonio
del continente negro convive con lo dejado por el dominio español, las
arraigadas costumbres indígenas de la selva tropical y dos siglos de
historia propia colombiana. Y es durante los 20 días oficiales de la
fiesta de San Pacho (los otros 20 son “la previa”) en que todo este
sincretismo se toma las calles.
Chirimía, bunde y guaro
Las motonetas no dejan de pasar, el olor a pollo frito inunda cada
esquina y Bismark Calimeño Mena, ex gobernador del Chocó, cuenta cuando
se inició en la vida pública como jefe de policía en una provincia con
índices históricamente altos en corrupción: “Todos los comerciantes
pasaban por mi oficina y me dejaban un dinerito. Dos meses después vino
mi superior y me pregunta por qué no he ido a cobrar mi sueldo… Y yo
digo: ¿Qué?, ¿más encima me pagan?”.
Las risas inundan una pequeña sala del barrio Esmeralda, uno de los
doce denominados “franciscanos” y que tienen como misión encabezar, cada
uno por un día, los festejos patronales. En la calle se arremolinan
vestidos verde brillante y gente preparando a la comparsa con sus
“cachés”: los vestidos y disfraces más elegantes que desfilarán por la
ciudad. El ambiente es tan festivo como la enorme y alba sonrisa de
Calimeño, quien junto a los vecinos de Esmeralda reparten cervezas y
aguardiente -más conocido como “guaro”- a todo el que se cruce en su
camino.
Las actividades oficiales se inician, cada año, cerca del 20 de
septiembre y finalizan el 5 de octubre. No obstante, el movimiento se
inicia en cada barrio al menos con un mes de anticipación, por lo que
las festividades duran más de 40 días, en los cuales hay también espacio
para la lectura de la vida de San Francisco y decenas de misas. Una de las chirimías, las bandas que desfilan durante la fiesta.
Los compases de las chirimías -bandas compuestas por clarinetes,
tambores, platillos, trombones y saxofones- desbordan el ambiente. Los
músicos tocan sin parar ritmos que mueven las caderas de forma
automática y que son adictivos. Cuando las chirimías desfilan por las
arterias de Quibdó, aparece también el “bunde” o “revolú”: la liberada y
desinhibida forma que toma el baile callejero en el cual todos sus
participantes, apretados y en éxtasis, danzan desenfrenadamente moviendo
la pelvis, saltando y alzando las manos de manera rítmica e hipnótica.
“Si tu mujer no quiere, ándate a bundear. Si tu marido te encierra,
volatele pal bunde”, entona la famosa chirimía Rancho Aparte, arriba de
un escenario montado en un camión que se pasea por las calles. Atrás del
vehículo, centenares de manos se elevan en medio de la multitud y los
saltos se contagian. Parece un exorcismo de los males y las penas de la
vida diaria.
Dando es como se recibe
El pueblo quibdoseño es solidario y lo es aún más en esta época en
que a nadie se le niega bebida o comida. Es de noche y un enorme hombre
sale desde su casa en un oscuro callejón y se acerca a un grupo de
turistas. Saluda y les ofrece cenar en su hogar. “Disculpa, pero yo soy
vegetariano”, dice uno de ellos. El improvisado anfitrión ni se arruga:
“Te puedo dar arroz, frijoles, huevo frito y patacones”, retruca Teo
sonriendo. Es profesor de la Universidad Tecnológica del Chocó.
Los pocos afuerinos que llegan a San Pacho se llenan de este tipo de
atenciones, que varían dependiendo de quien hace el ofrecimiento: guaro,
cervezas, noches alocadas de fiestas, muchachas o muchachos para pasar
las penas, pollo frito (la especialidad local) o algún paseo por las
villas cercanas del río Atrata. Las manos parecieran siempre abiertas,
tal como en el bunde o como lo dicta el espíritu franciscano.
La madrugada encuentra a enfiestados y devotos. A las 5 a.m. hay
explosiones de fuegos artificiales y la chirimía ameniza el llamado
“despertar franciscano”. Tres horas después viene una misa y un desayuno
compartido. A la 1 de la tarde se le entrega el bastón de mando al
presidente del barrio. Es el símbolo que detenta el responsable de la
fiesta y un rito que se repite en cada uno de los doce barrios a lo
largo de la temporada estival.
Luego de eso viene el desfile que gira varias veces por la ciudad, en
un caos tropical y eternamente caluroso. El 3 de octubre esta rutina
cambia y anuncia el final. Hay más misas, balseos con la imagen de San
Francisco navegando por el río y juegos pirotécnicos nocturnos, mientras
todo el pueblo espera el alba en la catedral entre himnos religiosos y
chirimías.
Los límites de lo religioso y lo pagano se confunden, se traspasan e
intercalan las últimas dos jornadas de uno de los carnavales más largos
del continente, y que este año tiene como emblema darle un homenaje a la
mujer y su rol dentro de la sociedad local. San Pacho ha servido
históricamente como el gran momento del año para hacer patentes las
protestas y preocupaciones de la población. Una especie de desahogo
cubierto de baile y música único en el mundo y que muy pocos se
aventuran a conocer. Los que han ido, sueñan con volver a este lugar tan
modesto, alegre y desprejuiciado.
Datos útiles:
* De qué se trata: La fiesta de San Pacho se celebra cada año desde el 20 de septiembre al 5 de octubre. Más info en www.sanpachobendito.org * Llegar: Hay vuelos directos desde Medellín y Bogotá a Quibdó en aerolíneas Easyfly, ADA y Satena. * Dormir: La oferta es limitada y de alta demanda
durante las fiestas. En Booking.com aparecen sólo cuatro
establecimientos. Indispensable solicitar cuartos con aire
acondicionado.
Los habitantes de Quibdó en el bunde o revolú, la forma en que bailan durante San Pacho. (Crédito: Jorge López Orozco)
Si hubiese un calendario de fiestas latinoamericanas
luego del “18” chileno, habría que tomarse un avión a Colombia y
trasladarse hasta Quibdó. Allí, durante 40 días, su población
afrodescendiente se toma las calles para festejar bailando a Francisco
de Asís, llamado coloquialmente San Pacho. Es uno de los carnavales
menos conocidos del continente, a pesar de ser el más largo de todos y
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Este año está dedicado a la
mujer.
Minutos antes de que el avión toque tierra, todo el
paisaje se vuelve un mar verde. La selva tropical que antecede al
Pacífico colombiano desborda las ventanas de la aeronave y sólo cesa
cuando aparece el serpenteante río Atrata que antecede al radio urbano
de Quibdó, la capital departamental de Chocó, y sus más de 120 mil
pobladores.
Son los últimos días de septiembre y el calor es aplastante
con 35C y un 87% de humedad. Un vistazo hacia la calle, saliendo del
aeropuerto, deja en claro que es un territorio que podría asemejarse a
alguna ciudad africana. Las calles están cubiertas de pieles negras,
peinados afros, ropas coloridas y centenares de motonetas que van y
vienen sin parar. De las conocidas postales turísticas colombianas, acá
no queda nada.
La vida de Quibdó, situada a medio camino entre Medellín y el puerto
de Buenaventura, pasa desapercibida gran parte del año. No goza de mucha
fama: sus índices de pobreza ascienden al 55% según el Departamento
Administrativo Nacional de Estadística de Colombia, y tuvo una historia
reciente ligada a guerrillas y narcotráfico. Con el 90% de la población
de raíces africanas, es en esta época cuando la ciudad retoma una
tradición de más de tres siglos que, durante 40 días, metamorfosea las
calles en un carnaval capaz de eliminarle la depresión al más triste.
La fiesta de San Pacho, declarada Patrimonio Inmaterial de la
Humanidad desde el 2012, es uno de esos eventos en que la mixtura y el
sincretismo de las sangres latinoamericanas despiertan, se sacuden y
danzan sin parar.
El sincretismo
El calor es tan permanente como las sonrisas de los quibdoseños. En
la costanera del río Atrata se seca pescado al sol y se venden bananas
frescas frente al mercado. Los niños ensayan clavados y mortales desde
el malecón. Las aguas son surcadas por lar
President & CEO, Caminchi Bridge Corporation. Worked with Multimedia Nova as Editor-in-Chief, Publisher and GM. TV, Film & Music Producer. Academic Director for worldwide Cyberclassroomtv.com Global Online/Distance Education, and Open Learning project
No comments:
Post a Comment